sábado, 17 de diciembre de 2011

Hay una razón muy seria para creer que gran parte de la lectura de la Biblia y de los estudios bíblicos de los últimos años ha sido de muy poco provecho espiritual para aquellos que han realizado la lectura y los estudios. Pero, aún voy a decir más; mucho me temo que en muchos casos, todo ello ha resultado más bien en una maldición que en una bendición. Este es un lenguaje duro, me hago cargo; sin embargo no creo que sea más duro, de lo que requiere el caso. Los dones divinos son mal usados, y se abusa de la misericordia divina. 


Que esto es verdad lo prueba la escasez de los frutos cosechados. Incluso el hombre natural emprende el estudio de las Escrituras (y lo hace con frecuencia) con el mismo entusiasmo y placer con que podría estudiar las ciencias. Cuando se trata de este caso, su caudal de conocimiento incrementa, pero, lo mismo ocurre con su orgullo. Como el químico ocupado en hacer experimentos interesantes, el intelectual que escudriña la Palabra se entusiasma cuando hace algún descubrimiento en ella; pero, el gozo de este último no es más espiritual de lo que sería el del químico y sus experimentos. Repitámoslo; del mismo modo que los éxitos del químico, generalmente, aumentan su sentimiento de importancia propia y hacen que mire con cierto desdén a otros más ignorantes que él, por desgracia, ocurre esto también con los que han investigado cronología bíblica, tipos, profecía y otros temas semejantes.

La Palabra de Dios puede ser estudiada por muchos motivos. Algunos la leen para satisfacer su orgullo literario. En algunos círculos ha llegado a ser respetable y popular el obtener un conocimiento general del contenido de la Biblia simplemente porque se considera como un defecto en la educación el ser ignorante de la misma. Algunos la leen para satisfacer su sentimiento de curiosidad, como podrían leer otro libro de nota. Otros la leen para satisfacer su orgullo sectario. Consideran que es un deber el estar bien versados en las doctrinas particulares de su propia denominación y por ello buscan asiduamente textos base en apoyo de «sus doctrinas». Aun otros la leen con el propósito de poder discutir con éxito con aquellos que difieren de ellos. Pero, en todos estos casos no hay ningún pensamiento sobre Dios, no hay anhelo de edificación espiritual y por tanto no hay beneficio real para el alma.

¿En qué consiste pues el beneficiarse verdaderamente de la Palabra? ¿No nos da 2 Timoteo 3:16, 17 una respuesta clara a esta pregunta? Leemos allí: «Toda escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir. para instruir en justicia: a fin de que el hombre de Dios sea enteramente apto, bien pertrechado para toda buena obra.» Obsérvese lo que aquí se omite: la Santa Escritura nos es dada, no para la gratificación intelectual o la especulación carnal, sino para pertrecharnos para «toda buena obra», y para enseñarnos, corregirnos, instruirnos. Esforcémonos en ampliar esto con la ayuda de nuestro recorrido a través de los capitulos de nuestro estudio.